Existe una tendencia general entre
muchos historiadores y parte de aquellos que leen las páginas escritas sobre
nuestro pasado por creer que la historia se refugia en los grandes núcleos de
población o en las más altas instituciones y personajes. Como si la historia
fuera esa cultura que por diferentes avatares quedó recluida en monasterios y
catedrales durante una parte del medievo. Todo lo demás, visión reduccionista donde
las haya, se convertía al instante en un erial para la investigación y el
conocimiento.
De este modo, incluso, se ha llegado a
relegar, casi hasta la omisión, a la historia local, la historia de nuestros
pequeños pueblos y de las gentes que, con sus luces y sus sombras, les dieron
vida y forma. Cuando lo que sucede es que, en realidad, no es posible llegar a
comprender nuestro pasado sin este aporte cultural, etnográfico e histórico.
Siempre quedarían huecos interpretativos y todo se reduciría a visiones más o
menos sesgadas en las que se perpetuaría el olvido de una parte de nuestro legado
que, por otro lado, nos ha conformado, sin ninguna duda, tal y como somos.
Esto ha sucedido, además, en todas
las coordenadas geográficas, incluso en nuestra apacible Montaña Palentina
donde la historiografía se ha centrado, una y otra vez, en narrar los hechos
acaecidos en los principales núcleos de población sin tener en cuenta las
interrelaciones que los mismos tuvieron con todos los pueblos y lugares que les
han rodeado durante siglos. Es cierto que desde hace varias décadas la
tendencia se está invirtiendo, pero el trabajo que queda por delante es aún
duro, y muchos de los que se dedican a esta complicada –y apasionante- tarea
son reducidos por los críticos a “meros” eruditos locales, y sus trabajos
analizados casi con condescendencia. ¿Qué pueden aportar al conocimiento
histórico?
Es por eso que aquí, con esta
breve entrada, quiero reivindicar la importancia que para uno de esos núcleos
estudiados desde varios puntos de vista –en este caso concreto Aguilar de
Campoo- tuvieron las entidades poblacionales que le complementaban en el pasado
y que aún siguen haciéndolo hoy en día. Sin analizar detenidamente las
relaciones que existieron, y aún existen, entre estos pueblos cabeceras de
municipio y de comarca con las pedanías de su entorno no será posible
comprender en toda su dimensión el devenir de unos y de otros. Damos por
sentado que para conocer el pasado de Matamorisca, de Villavega o de Valoria es
preciso recurrir al conocimiento histórico que tenemos sobre Aguilar. Y es
cierto. Pero no lo es menos que el proceso es igualmente válido a la inversa. Muchos
sucesos solo podrán explicarse, por lo tanto, bajo la lupa de la comparación,
de la vecindad y de la interdependencia.
He elegido uno de los muchos
acontecimientos que se podrían señalar a este respecto por un motivo sentimental.
Como una persona que creció jugando y explorando Aguilar y sus alrededores
siempre tuve curiosidad por saber cuál era el origen y la causa de una coplilla
que se ha recitado en la comarca durante generaciones. Castillito de Aguilar, dime quién te derrotó… ¿Qué explicación nos
daban cuando éramos niños? ¿Se puede entender en toda su dimensión la historia de
Aguilar y de su castillo sin comprender en profundidad los procesos históricos
que acaecieron en toda la comarca? La respuesta es clara y contundente, no.
Si queremos acercarnos a una
posible explicación sobre el significado último de esa copla –que es solo un
ejemplo entre muchos, como ya he señalado- es preciso retroceder varios siglos
en la historia y adentrarnos en el devenir del Valle de Gama, una demarcación
señorial que se componía de cinco pueblos que hoy forman parte del ayuntamiento
de Aguilar de Campoo: Gama, Puentetoma, Renedo de la Inera, Valdegama y
Villacibio.
A finales del siglo XI, lo que
demuestra una vez más lo antiguo de los asentamientos estables de nuestros
pueblos y lugares, el rey Alfonso VI concedió el Señorío de Gama, de su castillo
y de su pequeño alfoz a Nuño Pérez de Lara, miembro de una de las familias que
más peso y proyección tuvieron en el norte de la Corona de Castilla a lo largo
de los siglos medievales y modernos. En el siglo XV, sin embargo, fue la Casa
de la Vega la que aparece como depositaria de los derechos sobre Gama y ya en
el siglo XVI pasó a pertenecer al conde de Osorno, Pedro Fernández Manrique,
quien mantuvo un duro enfrentamiento con su primo -el marqués de Aguilar de
Campoo- para afianzar legalmente dicha posesión.
Durante la primera década del
siglo XVI tanto Garci Fernández Manrique de Lara como su hijo Luis Fernández
Manrique de Lara, I y II marqués de Aguilar de Campoo respectivamente,
interfirieron activamente en el Valle de Gama, llegando a introducir gente
armada en él con el objetivo de ampliar su poder en un territorio sobre el que
no tenían derecho alguno pero que estaba en la órbita de sus enormes posesiones
jurisdiccionales. Estas intromisiones impulsaron al conde de Osorno a llevar al
marqués de Aguilar a los tribunales porque entendió que tales acciones iban en
contra de su derecho señorial, de su jurisdicción civil y criminal y de su
potestad para nombrar alcaldes en la villa de Gama y en el resto de poblaciones
dependientes de ella. Finalmente, en 1513 se confirmó el derecho del conde de
Osorno al señorío sobre el Valle de Gama y se prohibió al marqués de Aguilar
perturbarlo en modo alguno.
Y parece que fue esta lucha por el
control del Valle, y la posterior derrota judicial -no en un enfrentamiento
armado como siendo niños soñábamos que fue- de los marqueses de Aguilar, lo que
produjo la aparición de esa copla popular que se sigue recitando aún hoy en día
en gran parte de la comarca.
Castillito de Aguilar,
dime quien te derrotó.
El castillito de Gama,
que pudo más que yo.
El Valle de Gama quedó de este
modo perfectamente ligado a la rama de los Manrique de Lara que ocupó el condado
de Osorno hasta que, en 1675, Ana Apolonia Manrique de Lara, VIII condesa de
Osorno, murió sin descendencia. Este capricho sucesorio hizo que tanto el
título como las posesiones territoriales que llevaba aparejado pasasen a
engrosar el patrimonio de su pariente más cercano, Antonio Álvarez de Toledo y
Enríquez de Ribera, VII Duque de Alba de Tormes.
Un suceso puntual, un hecho
histórico y parte de leyenda que, analizado en su justo contexto, permite
enriquecer la historia de nuestros pueblos y nuestras gentes, de todos nosotros.
Y ese pasado común es, sin duda, uno de los valores que hay que potenciar para
trabajar en el presente sobre la base de la confianza, la
colaboración, el respeto y la solidaridad.
Autor: Alberto Corada
Instituto Universitario de Historia Simancas
Imagen: Pueblos Vivos
Un artículo genial, como siempre. Se nota tu amor por la historia y por tu pueblo.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu artículo, Alberto. Completamente de acuerdo en tu apreciación crítica acerca del sesgo elitista que, en general, caracteriza a la investigación histórica, digamos oficial o académica. Permíteme que al respecto apunte algunas reflexiones que pudieran profundizar en la crítica que tú haces.
ResponderEliminarEntiendo que en esa corriente dominante no sólo se da un cierto desprecio por la investigación histórica de lo local -como tú dices y que yo ampliaría al desprecio por lo popular - sino que, a mi entender, aún más grave es su desprecio por el propio método científico del que, supuestamente, la Academia se vanagloria. Si, como creo, la esencia del método científico es un sistemático cuestionamiento de sus propios hallazgos y certezas; la disciplina histórica, como tantas otras, parece preocuparse más por hacer sostenible su estatus social que por su propio cometido científico. Así, el conocimiento se empobrece y la ciencia acaba por instituirse como oficio ideológico, necesariamente mercenario y funcional al poder político dominante en cada momento histórico.
El caso de la Historia es paradigmático como en ninguna otra disciplina científica. La Historia académica ha llegado a autolimitarse en extremo con su desprecio por todo hecho histórico no documentado, no escrito, eliminando así, groseramente, la mayor y más sustancial parte de lo acontecido durante la mayor parte del devenir humano. El oficio de la investigación histórica se transmite así en herencia de un linaje intelectual, pretencioso en grado sumo, intrusista con los oficios de archivero o bibliotecario, reducida su visión de la historia a una correlación de citas y referencias documentales, hereditariamente dadas por ciertas y utilizadas como “científica” justificación para su propia interpretación, para su relato conforme a la ciencia “oficial”. Se elimina así toda la investigación y conocimiento de la mayor parte de la experiencia humana, que alcanza mucho más allá de la frontera artificial de la cultura escrita, más allá de la invención de la imprenta, incluso mucho más allá de la urbanidad inaugurada en el neolítico, como si la mayor parte de la historia humana careciera de interés y trascendencia, sólo por ser oral y popular, tenida por “salvaje e inculta”.
En nuestras latitudes europeas, más aún en las ibéricas, la investigación histórica adolece, a mi entender, de vicios propios, como el de considerar significativos, relevantes o “históricos” sólo aquellos hechos protagonizados por las élites dominantes y sus facciones, por la “nobleza” propietaria, militar, política, mercantil, intelectual o eclesiástica, junto con una patológica y acomplejada fijación por una historia propia supuestamente deudora en exclusiva de orígenes imperiales y relativamente recientes, fundamentalmente romanos y secundariamente griegos y arábigos.
Afortunadamente, está emergiendo una corriente crítica de esta visión elitista, estática y estatal de la ciencia, que abre un campo inédito para la investigación, no sólo histórica, también en disciplinas tan esenciales al conocimiento como la Biología, la Física, la Antropología o la Sociología. Es un campo abierto, colaborativo y respirable, en el que ya no se entiende la investigación científica encajonada en disciplinas estancas, es un horizonte nuevo, en el que la interrelación de conocimientos resulta imprescindible. Aunque por mi edad yo no llegue a disfrutarlo, tengo la seguridad de que no tardando nuestra civilización experimentará un radical revolcón de todo el paradigma científico, porque los palos del sombrajo ya no aguantan más.
¡Enhorabuena!☺☺ Muy didáctico e interesante.
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